Friday, August 31, 2012

Sileno.

Como algunos de ustedes saben, en temas de educación universitaria soy prácticamente un catador. Salto de escuela en escuela, universidad en universidad buscando cinco clases juntas que no me aburran lo suficiente para cuestionarme el porqué decidí registrarme y terminar abandonando.
Una de esas escuelas hace dos años fue Psicología de mi universidad local. Allí dejé algunas cinco amistades dignas de conservar y de esas cinco terminé conservando realmente dos.
Una particularidad que tenían los catedráticos de Psicología es una habilidad admirable por formular cuestionamientos que pisen el suelo lo menos posible: "¿existen los colores?", "¿qué mide lo que es bueno y lo que no lo es?", "¿qué había antes de dios?" y mamadas por el estilo. Yo en lo particular no lo sufría porque los docentes y yo nos dábamos mutuamente el guiño de saber que lejos de ser preguntar serias, eran preguntas para joder a los presentes. Hay que ver las tonterías que salen de la boca de los jóvenes para ser del agrado de un maestro.

A una amiga que tengo aún en Psicología le pidieron un ensayito que gira alrededor de la pregunta (mamona por igual) "¿Qué hace que la vida valga la pena?", así que la pobre se ha dedicado a recolectar respuestas para compilarlas y satisfacer no se cuál necesidad de no se cuál maestro. La pregunta me viene en mal momento, claro, considerando que hace justo una semana renuncié a mi empleo olímpicamente por una cuestión de honor, dignidad  y ética. Una escena de sit-com americano. Bruce Willis dejando la placa de policía en el escritorio, vamos. Excepto que a éste Bruce Willis no le regresan la placa porque al final se enteran que dejó un desmadre financiero.

Vuelvo a lo de la pregunta tonta. Para no arruinarle la asignatura y convencerle a sus 19 años de que la vida no vale la pena (hombre, que se entere ella sola) le pregunté qué respuestas había colectado hasta ahora y ninguna se salió de lo que tenía previsto: familia, amigos, salud, alguna posesión importante. Videojuegos. Fiesta.

Durante todo el tiempo que tuve mi anterior empleo constantemente me venía el pensamiento a la cabeza: "¿realmente queremos hacer esto, Jonathan?, ¿en serio vamos a permitir que dure mucho?". Poco después le tomé la palabra a mis pensamientos y Jonathan le mostró a Jonathan el momento adecuado para salir triunfalmente de un empleo que me tenía tan cómodo que no veía cómo iba a salir de allí algún día. Las libertades que me permití en esa oficina son tan amplias como irrevelables, pero al final del día siempre me pregunté "¿es ésto lo mejor que podemos hacer, Jonathan?".

Puedo tener las condiciones ideales de vida y aún entonces crear un drama de ello. El mes de Julio y su labio inferior dan fé.

"¿Qué hace que la vida valga la pena?" no me impacta de primeras como una pregunta realmente importante, pero sí me llama la atención las respuestas genéricas que provoca. Y creo que la gente contesta de esa manera tan insatisfactoria porque hemos aprendido a medirnos y clasificarnos en función de nuestras posesiones. Objetos con ciertas características que nos terminan haciendo felices. O en la mayor parte de las veces, infelices. Objetos que terminan enfermizamente volviéndose una extensión torcida de nosotros mismos. Objetos que poseemos y almacenamos hasta que nos dan los 40 años y caemos en cuenta que nosotros en algún sentido les pertenecemos a ellos más que ellos a nosotros. Ese sillón italiano de cuero oscuro te describe mejor que lo que te describiría tu esposa.

Es sencillo llegar a estas conclusiones cuando se conduce un coche modelo 2000 en el año 2012, así que no me den mucho crédito. Seguramente si esto lo estuviera escribiendo detrás de una Mac no le daría mucha importancia al "¿qué hace que la vida valga la pena?" y estaría ahora mismo viendo qué cosa con el logo de la Armani Exchange me puedo poner encima.

No soy un gran fanático de la vida (mi mejor argumento para mantener vivo a los amigos suicidas), pero algo que vaya que encuentro valioso es que la vida cambie tan constantemente. Esto funciona hacia ambos lados, claro, y si hoy estás pasando un gran momento te traigo noticias: la vida cambia, cabrón. Ya vendrán tiempos peores. Y por otro lado, si perdiste tu empleo, si te dejo tu novio, si tu amigo tiene cáncer tambien te traigo noticias: la vida cambia, cariño. Ya vendrán tiempos aún peores y valorarás tu salud y tu tranquilidad.

Esta capacidad de la vida de no tener un ritmo uniforme y derribarte planes cada dos semanas es algo que realmente encuentro alucinante en un sentido positivo. Un día estás estudiando una carrera y al día siguiente estás trabajando ocho horas diarias. Un día estas conduciendo un taxi y otro día estás dando clases de inglés. O desempleado desempolvando blogs.
Por esto es que vale la pena la vida: por cada gramo de satisfacción tienes que arrastrarte un kilogramo de dolor y sufrimiento. Pero sucede que la vida cambia con tanta regularidad que no te permite darte cuenta que mayormente es inmundicia y desesperanza.

Pero no vas y le dices eso a alguien de 19 años, ¿cierto?.